Manuscrito encontrado en La Paz, Baja California
Desconozco la peligrosidad de mi perseguidor, pero, cuando vi sus ojos llameantes, supe que sería su próxima víctima.
Aún desconozco cómo llegué hasta este pedazo de piedra emergida de las profundidades, porque sé que no es una isla conocida en el pacífico y dudo mucho no haberla visto en mis viajes constantes por aquí. Solo espero que al garabatear estas palabras rápidamente no se me considere un loco por lo que relataré.
Todo comenzó cuando zarpamos del Puerto de Manzanillo, Colima. Teníamos buen viento y el cielo estaba despejado, yo era el capitán al mando, pero quiso mi mala suerte que mi hombre de confianza, un mozo que me había acompañado en mis innumerables viajes, armara un motín en mi contra. Los desgraciados me lanzaron al océano en un bote, me dieron provisiones para unos días y también lápiz y papel para escribir mi última voluntad.
Nuestro destino era Sidney, Australia y, como antes había hecho el viaje, pensé que no tardaría en encontrar un buque que me rescatara. Durante los primeros días contemplaba con grandeza los amaneceres, siempre mirando al norte en busca de algo, pero sin resultado alguno; las noches me la pasaba embebido en la contemplación de las estrellas, formando y creando nuevas constelaciones e imaginando las batallas fantásticas que podían ocurrir en mundos de ensueño.
Al ser poco conocedor de las aguas en las que estaba, trataba de precisar mi posición a partir del sol y las estrellas, pero el único dato que pude determinar era que estaba cerca del trópico de Capricornio, al sur del Ecuador. El tiempo era relativamente bueno, permanecía horas bajo el sol abrazador, sin apartar la mirada del horizonte, con la esperanza de encontrar una isla u otro barco, pero ni tierra, ni barco hicieron su aparición, con lo cual comenzaba a caer en la desesperación, fruto de la soledad.
Fue cuando se produjo el cambio. Esa noche tuve sueños perturbadores repletos de incomprensibles imágenes que solo Doré hubiera concebido en un lienzo. A pesar de lo turbador de la ensoñación, no desperté y, cuando lo hice, me hallé sobre esta extensión de piedra fangosa, cubierta de una sustancia negra que emana un aroma propio de los pescados en descomposición.
Cuando bajé del bote para explorar la zona pude comprobar que los cadáveres de peces medio putrefactos, junto con los de otras criaturas que solo son insinuados en mitos, estaban regados por todos lados, mientras el aroma se volvía insoportable. Mientras intentaba caminar entre tan nauseabunda superficie, vi en el cielo asomarse las nubes grisáceas que presagiaban la lluvia. Antes de que comenzara ésta, decidí abrirme paso hasta una colina que, sin duda, me daría un panorama más amplio del lugar donde me encontraba.
Pero cuando estuve en la cima, no pude llevarme más que una desagradable sensación: en lugar de esperanza solo experimenté la desilusión al ver frente a mí insondables mares de esta sustancia, mientras los ligeros atisbos de unos monolitos apenas eran visibles. La tormenta comenzó, regresé lo más rápido al bote y lo coloqué boca abajo para que me cubriera de la lluvia.
Esa tarde, me quité mi playera y la puse a secar, después comí un poco, pues estar en tan desagradable lugar, arrebataba el hambre de un golpe.
La noche fue más lóbrega, la precipitación continuaba y yo, estaba atento a cualquier ruido que pudiera haber y pronto escuché aquello, el sonido de unos pasos dados por algo gigantesco, que se abría paso sin problemas entre todo el territorio. Tal vez se llegue a pensar en la alegría que pudo producirme esto, pero no fue así, había algo mal en ese caminar —si así puede ser nombrado— y muy anormal. Me estremecí y me coloqué en un rincón del bote, asustado, en tanto recordaba las tantas leyendas que existen sobre el mar.
Aquella noche sentí repulsión hacia el océano y cada vez que imaginaba su azul, me daba terror. Mis sueños fueron aún peores que los anteriores a mi arribo, esos paisajes provenientes de una época ignota y primigenia de la Tierra me asustaban a sobremanera. Desperté cuando el sol iluminó mi rostro, me levanté y traté de aspirar un poco de aire, pero ese fétido olor me privó de hacerlo. Sin demora, porfié en la exploración de lo que fuese esto que emergió del océano.
Empero en la dificultad de caminar entre los esqueletos y el líquido negro que abundaba por todas partes, en tanto llegaba a la cima que el día anterior había escalado, iba formulando diversas conjeturas sobre el origen de esto, siempre tratando de no sonar absurdo con conclusiones fastidiosas, propias de la mente de un náufrago como yo. Lo único claro que pude sacar era que este pedazo de tierra había emergido por un cataclismo y que probablemente seguiría haciéndolo. El sol ahora me parecía oscuro, era como si no existiera. El estado de nerviosismo en el que me encontraba me incitaba a revocar esa teoría, sabía entonces que yo era presa de la desesperación. Apresuré el paso y, aunque tropezaba mucho y resbalaba, al fin me encontré una vez más en esa colina, contemplando la inmensa monotonía que parecía existir ahí desde épocas inmemoriales.
Bajé cuidadosamente, pues no deseaba lesionarme en un lugar como este y ahora que lo pienso, no hubiera importado pues ahora sé que nunca saldré de aquí. Continué caminando en tan desagradable paisaje, de vez en vez atisbaba un monolito cubierto de ese nauseabundo líquido negro. En una ocasión decidí acercarme a uno e intenté infructuosamente de retirar aquello con mis manos. Era muy viscoso como lo suele ser la goma de mascar. Decepcionado proseguí mi camino, esta vez por una senda distinta, sé que me desvié del camino de monotonía que había seguido y cómo deseo ahora no haber continuado por allí.
Poco después de examinar el monolito, el crepúsculo se efectuó y yo, temeroso decidí pasar la noche allí o al menos intentarlo. Esa noche, la luna gibosa resplandecía con un grotesco halo, mientras las estrellas sabedoras de cosas sempiternas parecían inmutables. En otro tiempo había bendecido aquel cielo, pero en esos momentos solo maldecía esa oscuridad que me hacía rememorar mis terribles sueños, donde abismos de insondable negrura me atrapaban, pero esto solo era a partir del horror que experimentaba, pues en el lugar en el que estaba había una lejana vista hacia el océano y, al ver esa inefable calma que oculta secretos, aparté mis pensamientos de esto, decidí cerrar los ojos e intenté dormir.
En esta ocasión, mis sueños fueron aún peores y creo que alcanzaron el punto máximo del horror. Esta vez no vi paisajes o abismos lóbregos, fue algo mucho peor: vi a unas criaturas de ojos saltones y con cabeza de sapo danzar en un bote, éste era grande, pero su forma y otros detalles hacían dudar que fuera tal y, aún más, que hubiera sido hecho por mano de un hombre. Esos cabezas de sapo saltaban y recitaban un canto de una manera horrenda, haciendo insoportable la visión.
Desperté poco antes del alba, gritando y muy exaltado por el sueño, el eco resonó en todo el lugar. Me levanté y proseguí mi camino. Al poco tiempo, me percaté de la altura de una meseta y ésta era considerable, mi esperanza creció y pensé que desde allí podría llamar la atención de algún barco y ser salvado. Corrí a través de las ligeras colinas, siempre teniendo el objetivo de llegar a la meseta, a veces tropezaba, pero no importaba, la emoción de la salvación me motivaba más que nada.
Escalé frenéticamente por la pendiente, sin perder de vista la cima. Cuando estuve arriba miré con terror la meseta, ahí se encontraban los esqueletos más grotescos y el aroma que predominaba fue el peor que jamás haya percibido, resbalé y caí del otro lado en una especie de valle. Intenté regresar, pero fue infructuoso.
Caminé a través del valle en busca de una salida, entonces contemplé uno de los monolitos de piedra que sobresalían, a diferencia de los otros, éste no estaba cubierto de la sustancia negra. Me acerqué y vi con espanto esos malditos bajorrelieves, donde esas criaturas con cabeza de sapo estaban talladas. Lo peor era la similitud con lo que vi en mi sueño, también estaban símbolos que alguna vez vi en mis viajes, pues navegué por el Caribe y las islas de Pascua, sin mencionar la ocasión en que arribé a una isla cerca de Puerto Elizabeth en Sudáfrica y observé, en pedazos de madera que pertenecían a algunos pescadores, esos mismos símbolos.
Al borde de la locura retrocedí y tropecé. Debí golpearme con algo, pues perdí el conocimiento. Lo recuperé cuando la luna estaba en el cielo, empero en el terror con que percibía todo a mí alrededor, el viento que era cálido y tranquilizador se tornó asfixiante, mientras el cielo estrellado y despejado se convertía en una puerta hacia horrores desconocidos y solo insinuados a través de libros burdos de ocultismo.
Entonces escuché esos pasos, los que durante la primera noche que estuve aquí me parecieron escalofriantes. Paralizado de miedo no moví ni un solo músculo y sé que contuve la respiración varios instantes y estuve al borde del desmayo, cuando esos pasos se fortalecían y se percibía la cercanía de los mismos. Indudablemente, eso era una criatura o algo titánico, pero en el momento en que se mostró, se entenderá el nerviosismo con que escribo esto.
Apareció dando un salto y lo primero en que fijé mi atención fue en esos ojos llameantes e hipnotizantes donde veía mi lánguida figura, pálida y petrificada de horror. Luego vi sus escamas gigantescas, en ellas se denotaba el infructuoso intento por lastimarlo, sin duda eran lo suficientemente gruesas e impenetrables para cualquier arma humana. Su cola se arriscaba como la de una serpiente y sus fauces dejaban ver sus horrendos y afilados dientes. Lanzó un gemido al cielo y, con él, un humo que solo se ve cuando se quema carbón.
Después de eso intentó devorarme y logré escapar de sus terroríficas garras. Corrí hacia una de las pendientes y la escalé frenéticamente, posteriormente atravesé esa monotonía de colinas profiriendo gritos, mientras detrás escuchaba a mi perseguidor. Encontré el bote como lo había dejado y me dispuse a escribir estas últimas palabras, solo espero que no consideren esto una broma. Hay cosas que es mejor mantenerlas en secreto y solo un artista como Doré pudo concebir una imagen tan exacta de lo que contemplé en aquel valle… el Leviatán… ¡Oh no! Lo escucho dando esos escalofriantes pasos… Se acerca… Mi fin ha llegado.

Ebert Calzada Ortiz, 25 años, (CDMX , México). Estudió la Licenciatura en Filosofía en la FFyL, UNAM. Su rama de especialidad es la estética. Los géneros que procura más son la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Sus autores favoritos son Dostoievski, Lovecraft y Arthur Machen. Suele dedicar sus tiempos libres a escribir cuentos o intentos de novelas.
