Cuento | La buena suerte, por Servando Clemens

Juan Felipe salía todas las mañanas a buscar trabajo, pero nunca tenía buena
suerte. Su abuela le daba plata para el autobús y para que comiera algo en las
loncherías del centro de la ciudad. La anciana tenía la esperanza de que su nieto
sentara cabeza y que encontrara un empleo digno, sin embargo, a Juan Felipe le
gustaba apostar en los billares de mala muerte, por tal motivo, el chico malgastaba
el poco dinero que le daba su vieja.

Una tarde, Juan Felipe apostó una cantidad que no tenía a unos camioneros, y para
su mala fortuna, perdió la partida en un juego. Sus rudos oponentes, al no recibir el
pago acordado, lo golpearon y lo sacaron del lugar de un puntapié en el trasero. El
muchacho caminó por la calle sin un centavo y malherido. En su largo trayecto a
casa, se topó con una tienda de abarrotes, la cual tenía instalada cerca de la puerta
una máquina tragamonedas.

—Señora —le dijo Juan Felipe a la tendera, mostrándole el anillo de oro que le
había heredado su madre—, ¿cuánto me da por esta valiosa joya?

La mujer observó el anillo detenidamente y al final dijo:

—Te puedo dar cien pesos.

—Vale mucho más, señora. Era el anillo de matrimonio de mamá.

La mujer bufó con un aire de fastidio.

—Lo siento, es todo lo que te puedo ofrecer.

—Está bien. Deme cien monedas de peso, por favor.

La mujer le entregó la cantidad solicitada y Juan Felipe se dirigió a la máquina como
un hipnotizado.

—Siento que hoy será mi día —le dijo Juan Felipe a la máquina tragamonedas.

El jovencito empezó a jugar con evidente éxtasis en el rostro. Echaba las monedas y
oprimía los botones con regocijo. A veces perdía y a veces ganaba. La jornada se
prolongó por horas. Ya casi anochecía, cuando notó que únicamente le quedaba
una moneda y, en aquel tiempo de todo o nada, decidió jugársela por la máxima
cantidad, cuyo premio era de cien pesos.

—Dame suerte, Señor —murmuró Juan Felipe, mirando hacia arriba—. Solo por
esta ocasión. Prometo ser buen nieto y dejar el vicio.

El muchacho echó la moneda, santiguándose. A los pocos segundos, la máquina
emitió un sonido escandaloso, el cual indicaba que había ganado el premio mayor.

—¡Por fin! —gritó Juan Felipe, al tiempo que la máquina expulsaba las monedas—.
Yo sabía que hoy sería mi día.

Un anciano se acercó al joven y, tocándole la espalda, le dijo que mejor se fuera a
casa. Juan Felipe asintió con la cabeza y se guardó las monedas en el bolsillo del
pantalón.

—Ahora me dedicaré a jugar en estas maquinitas —dijo Juan Felipe, acariciando el
aparato tragamonedas.

Juan Felipe cruzó la calle y no se fijó en un par de malandrines que le habían
cortado el paso.

—Danos el dinero —amenazó uno de ellos— o te daremos la paliza de tu vida.

—No tengo nada —dijo Juan Felipe—. Perdí todo en ese puto aparato.

—No te hagas pendejo —increpó el otro muchacho—. Nos dimos cuenta de que
ganaste cien pesos en la tienda.

Juan Felipe trató de huir, pero uno de los ladrones le metió el pie. Juan Felipe cayó
de boca, fracturándose la nariz y partiéndose los labios. Los atracadores
aprovecharon el momento para patearlo en las costillas, quitarle el dinero y, además,
robarle los zapatos y el cinto.

—Por favor… regrésenme los zapatos —suplicó Juan Felipe—. Tengo que
regresarme caminando hasta mi casa… está muy lejos.

Juan Felipe se deslizó por el suelo calizo, con la boca sangrante y con un dolor
tremendo en el tórax.

—¿Por qué a mí?

Mientras se desplazaba por el suelo, Juan Felipe sintió una moneda entre sus
dedos, entonces escarbó y se percató de que había encontrado un peso.

—Lo reitero —masculló Juan Felipe, acomodándose la nariz en su lugar—, hoy es
mi día de suerte. Con este pesito me voy a recuperar de una vez por todas.

 


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Servando Clemens. Nació un día 9 de febrero de 1981 en México. Estudió la cerrera de administración de empresas. En sus ratos libres lee cuentos y novelas. Sus géneros favoritos son el fantástico y policíaco. Ha escrito varios cuentos breves.

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