Curiosidad
Siempre he tenido este sentimiento, creo que no soy mala persona, sólo es curiosidad.
¿Qué se sentirá asesinar a alguien? Por ejemplo, un tropiezo y empujar a cinco o seis personas a las vías del metro, escuchar el sonido próximo del tren mientras ves que los faros se acercan a 80 Km/h.
Esa sensación al contemplar cómo la gente se precipita lentamente debe ser hermosa. Tres serían los afortunados: el primero probablemente gritaría por su vida, mientras que el segundo sólo observaría absorto la inevitable llegada de la muerte, el último recordaría a su esposa implorando a Dios que esa máquina se detenga, aun sabiendo que eso no ocurrirá.
Los pasajeros, en el andén, mirarían atónitos cómo se acerca rápidamente el gigantesco aparato, incapaces de reaccionar, todo ocurre en segundos frente a sus ojos.
Pero a mí me parece que transcurre toda una eternidad y ahora que estoy cerca de ese umbral, anhelo ver en sus ojos esa fracción de segundo cuando tienes lo inevitable delante de ti. Admirar el terror de la mirada que nunca se repite, que soló es posible en el instante justo antes de morir.
No soy mala persona, sólo quiero saber y no sé qué hacer, así que bajo las escaleras hasta el andén buscando una respuesta. De pronto me doy cuenta de que el tren está cada vez más cerca, a sólo unos metros. Finjo tropezar y escucho gritos de auxilio, las personas miran fijamente la tragedia que está por ocurrir.
El reflejo de los ojos en el parabrisas me lo dice todo. Ese instante es mágico, apacible, pero lo que sigue es aterrador.
Lástima que ya no pueda hablar…
El espejo
Mi mamá siempre me decía lo mismo cada vez que tenía que salir de casa:
–Por favor, Maribel, ya deja ese espejo en paz, lo que ves es solo tu reflejo.
–Está bien, mami.
De verdad me gustaría creerlo. Sé que solo es un viejo espejo arruinado o eso es lo que me digo a mí misma para no salir despavorida cada vez que mi reflejo contesta por mí.
Antonio Portillo. Nací en Nezahualcóyotl, Estado de México, y no me gustan los hospitales.
