Cuento | La última ventana vista al mar, por Giancomo Perna

Sus manos jóvenes denegándose a posarse en aquel cuerpo de diosa para perderse en remolinos de arena, y Cris ahí no más observando o bien observándose ya lejos, que a estas alturas de la vida, tan próxima a la muerte, la diferencia se ha vuelto feble y borrosa. Su nariz caída asomándose más allá de su barriga paquidérmica, atreviéndose a mirarse o simplemente mirar a través de los espejos y espejismos del tiempo, débil vidrio de superficie acuífera e incierta – si supieras. Porque si supieras, mi querido, jamás te negarías semejante placer.

Y desde su toalla, Cris se fatiga en creérselo, mientras la arena le empaniza el culo y las carnes podridas, el escroto colgante rociando el suelo, la brisa que desdeña sus pulmones atróficos, y su torso que lucha para incorporarse a su orgullo, que este también ya va rindiéndose a la injusticia de lo que es. Y, justamente, qué es esto, ni el memento de aquel cuerpo de Adonis que se refleja ahora en sus pupilas huecas – si supieras. Si supieras de los estragos del tiempo, mi querido. Sus manos alcanzan el bolso para buscar los cigarrillos, pero no hay encendedor – Macarena, Macarena querida, pásame el fuego. Las manos de tortuga acarician su piel igual de añeja y para que darse vuelta, para que enfrentarse otra vez a la decrepitud del cuerpo, magnificada por la desaparición de la belleza, envilecido por la prisa inclemente de las estaciones, solo serviría para reafirmar su situación. Un principio de tos acompaña la primera bocanada – pero qué dices, carajo, qué dices Cris si debajo esta cáscara de pasas todavía se esconde la ninfa del día de tu boda. Mas si hasta los cigarrillos perdieron su gusto, qué sentido tendrá. Qué sentido tendrá asomarse al calor de los recuerdos si al fin y al cabo es dolor y reproches.

Y Macarena ahí a su lado jorobada por los años que fueron, ahí mismo delante de sus ojos, Macarena inmune a las trampas de la melancolía, acariciando su frente sudada, acunando el sopor del mediodía – qué suerte, Macarena, Macarena querida. Cris fuma sin gusto, admirando o admirándose – que dónde estará la diferencia, si la única realidad se encuentra en los ojos de quien observa – en la incertidumbre de la juventud que se le depara ahí sentada, a pocos metros de él, desafiando la impertinencia del tiempo que ha impuesto sus dictámenes, revelando cualquier destino y espantando el que será – qué envidia.

El humo atraganta su rostro y el asma sus pulmones, y hace cuánto que un cigarrillo se ha vuelto una deliciosa tortura – justo ayer. Justo ayer todo era distinto. Justo ayer Cris, no buscabas aprobación entre los escombros de tu reflejo, no reclamabas los vestigios de tus recuerdos en tu mirada cansada, ojos contra ojos, ojos dentro de los ojos, ojos de cansancio y pena, pero más que todo, ojos de resignación. El viento fuma la mitad del cigarrillo – y tal vez mejor, Cris, mejor para tu asma crónica; cómo es que todo se volvió así, cuándo se volvió todo así. Su piel cedió a la atracción de la gravedad. Su barriga se infló como sandía. Su brazos enflaquecieron igual que sus piernas precarias. Su escroto dejó de servir. Las arrugas escarmientan su rostro. La incontinencia perjudica su cotidianidad. De su antiguo vigor solo queda la memoria, corrompida por la metamorfosis que aflige todo los pasados personales. Los abrazos de antaño se han vuelto una sábana de lino y nostalgia, pero cuando – justo ayer, Cris, justo ayer; pero si ayer entonces.

A estas alturas de la vida no hay certezas en el ayer. Ayer es un tiempo indefinido, ultrajado por las marañas de la mente. Es la magnificación de un instante de décadas confusas, vendaval de momentos entrelazados que se vuelven uno y uno sólo en la evocación de la nostalgia – en cambio el mañana. Hoy en día Cris, tu mañana solo depara certezas – qué extraño. Y qué diferente, porque mire hacia atrás. Mañana es otro día que si estarás vivo le habrás vencido a la muerte. Mañana es otro día que si estarás muerto la naturaleza habrá cumplido con su oficio. No hay nada más cierto. La imparcialidad de la vida se hace más rígida con el pasar de los años, hay que aceptarlo. Su barriga se desinfla para cosechar aire – todo inútil, tus pulmones no quieren colaborar Cris, tampoco los juzgues. No queda otra sino seguir mirando para bucear en los recuerdos, y qué lejana la imprevisibilidad del mañana de una mochila y una playa y qué será de mí, que será de nosotros – tú y yo, Macarena querida, a pisar las angustias entre bailes, ron y caramba qué nos esperará; ponme la crema en la espalda anda, que me quemo. Pero en aquel entonces de justo ahora, el incógnita es el mañana, abismo sin luz, y el anhelo sigue siendo el ayer despreocupado. Ayer tan chico construyendo reinados de arena para reclamar tu trono, mañana desconocido de naipes frágiles a la merced de los vientos.

Y Cris sentado en su toalla destronado de sus ilusiones, buscando el niño que fue en los juegos de arena, reyes e hidalgos que desconocen el porvenir. Cris sentado en su toalla reclamando las respuestas del tiempo que no responde a ningún patrón – para que seguir persiguiendo lo que jamás se dejará atrapar, sino que te caerá encima de repente, cuando será el momento. Cris perdido en el destiempo de las diferentes sensaciones, entre evocaciones y plegarias que se entremezclan – que al final Cris, entenderás que son esencialmente lo mismo. Cris con ganas de fumar, cómo que no, pulmones todavía vírgenes en un cuerpo que aún se cree inmune a la herrumbre – si supieras. Porque si supieras, jamás te alejarías de tu castillo precario, jamás cambiarías la pala y la arena por unos años más y el espejismo de la madurez. Cris alcanza su mochila sin desprender la mirada – y qué tal un porro, pero ponme la crema, que la crema no, Macarena, ahora no, pues un porro tampoco, entonces un pucho. Qué milagro lo del tabaco, a estas alturas de la ingenuidad. Qué fácil concebir la esencia de la poeticidad y el dramatismo post adolescencial en una bocanada o dos, acunando las reflexiones profundamente insulsas que vacilan en la juventud. Una pose algo débauché y unos ademanes bien estudiados para afirmar una impresión de espontaneidad, sinécdoques desgastadas de las maldiciones juveniles, y la convicción de ser el único, el único Cris en un océano de tus parecidos, perfectamente iguales, que se afligen con preguntas que no encontrarán el beneficio de una respuesta sino en la decadencia del cuerpo, todos – tú, igual que los demás – convencidos de sus sobresalientes tormentos – llegará el día que se te revelará tu idiotez, y descubrirás que la unicidad no es una característica del ser humano, ni el más entrañable; qué bobo te sentirás.

El viento arrolla el humo que se dispersa junto a tus reflexiones baratas, típicas de tu edad de oro – si supieras. Si supieras que la inconciencia de tu ahora es un relámpago de belleza en la ciclicidad aterradora de la vida – pásame el fuego Cris, que yo también quiero fumar. Pero es que todavía no estás listo. Todavía no te percatas de la suerte de la juventud, de la fortuna de tenerlo todo y la codicia de desear lo que te sobra. Es por esto que tus manos se pierden en la arena cálida, resistiéndose al ardor veraniego y al cuerpo de Macarena – ponme la crema, anda, espérate un rato. Cris deja que el viento se ocupe de apagar el cigarro, luego lo arroja a la basura a su lado. Sus ojos se acomodan sobre aquella espalda bendecida por la belleza, pero luego otra vez la distracción – si supieras. Si supieras que tus ojos tanto se arrepentirán un día, remembrando este momento en la playa, Macarena refulgente bajo el sol de agosto y la sal y la arena y su cuerpo tendido a tu lado – ponme crema, anda, ahora no – y tus manos distraídas, cerniendo arena para buscar tesoros perdidos – llegarán los lamentos de lo que fue, y ya será muy tarde para desviar la mirada de aquel niño esquelético, construyendo reinados sin jurisdicción alguna, sino aquella contemplada por la felicidad – si supieras. Si supieras Cris, en tu slip diminuto que tanto te avergüenza, rascándote las nalgas sonrojadas por el rozar de la arena, lloriqueando porque los más grandes no te dejan jugar, su supieras que sí es cierto, a estas alturas del ahora tan infantil, la edad no solo es un número sino también una condena al destierro, pero también lo será después, y la angustia que sientes ahora no será nada comparado con aquella que retornará un día para acompañarte hasta la muerte. Y Cris tan perdido entre su mamá color bronce y su papá igual de perdido en los crucigramas, reclamando la atención del tiempo que cuándo cumplirá su curso – si supieras. Porque si supieras, Cris, que el apremio de crecer se invertirá muy pronto, y no habrá marcha atrás. Solo te abandonará para ser suplantado por el apremio de morir.

Cris sigue remodelando arena para que se incorpore a las formas deseadas, la mirada fija pero la mente desconcentrada – cuánto tiempo pasará hasta que yo también sea grande – y de Macarena ni una huella, salvo la hermosa silueta cacao con leche que atrae todos los soles, ahí tendida al lado del chico grande que anhelas ser, magnificado por tu percepción de las medidas y la distancia del tiempo – si supieras. Si supieras que la vida jamás será tan simple y despreocupada, porque luego las angustias de los tal vez y la incertidumbre de los ojalá, pero sobre todo la estupidez de convencerse de no tenerlo todo. Si supieras lo que te espera, jamás te entregarías al tiempo que sigue, porque cada centímetro que conquistas y cada pelo que se abre paso en tu axila conlleva otra responsabilidad y obligación más. Si supieras lo que será, jamás liquidarías tu reinado para unos años más y una Macarena repantigándose en la toalla – pero qué dices Cris, si la única certeza de tu ahora es Macarena, impulso y razón de tu fortuna, balance para tus tropiezos, y el alivio de tus angustias en su mirada cómplice; ya basta de escarbar en la inocencia, que esto de no querer crecer en un cliché ya desgastado. Cris otra vez dueño de su presente, atrapado en el ahora tácito de la playa ardiente, y Macarena más bella que nunca, rezándole que por favor – ponme la crema, que me estoy quemando.

Finalmente sus manos sacudiéndose de la arena para asomarse a su dorso lúcido, pero una mueca de ostracismo para confirmar su lejanía – si supieras. Si supieras de todos los instantes que dejarás pasar, sumergido en distracciones sin importancia. Solo el tiempo te revelará la trivialidad de tus pensamientos y la importancia del momento exacto – aún no estás listo. Es por esto que tus ojos buscan más allá de los hombros de caramelo y la crin de algodón, escarbando en la mirada resignada del hombre que anhelarías ser. El sosiego de haberse realizado y la despreocupación del que será, porque este ya ha sido. La comodidad de una casa de playa y la libertad de unas vacaciones all inclusive – si supieras. Si supieras que la única libertad es la de no poseer nada. Si supieras que el día que contarás con algo será el día en el que te despojarás de tu libertad. Si supieras Cris, que tu libertad está justo ahí en tus veinte y poco años, el mar que te pertenece por posibilidad y rescate, la inconciencia del que será y Macarena compartiendo tu total ausencia de obligaciones. Si supieras que estos ojos que fijas son los mismo que te fijan desde el otro lado del vidrio agrietado, envidiándote de la misma forma en la que tú ahora, lozano y tónico, pero parco en la comprensión, envidias su aparente sosiego – si supieras. Si supieras que la realidad se encuentra más allá de tus deseos, más allá de tus convicciones de infante, de perdido y de decrépito. Si supieras que la verdad es que siempre lo tendrás todo pero siempre te afligirás por más, pues la insatisfacción siempre se resistirá a ceder, solo se enfocará en otros páramos. Si supieras que este espejo que es el tiempo es mentiroso y traicionero, y siempre exalta la lejanía para aplastar el instante. Hasta que todo cambiará, y será un momento y nada más. Será el único instante de lucidez. Te revelará la insignificancia de una vida de alienación hacia el presente, pero será demasiado tarde.

La única verdad, la verdad de un lecho empapado de excrementos y sudor y lágrimas ajenas se impondrá sobre todo lo demás, barriendo las ilusiones para demostrar la impía realidad de la muerte, única y sola certeza innegable en una vida de patético y solo aparente subjetivismo – no lo verás llegar. Te tumbará encima sin preaviso, desdibujando tus convicciones y anhelos para escupirte en la cara la importancia del presente sin más. Pero hasta aquel instante, seguirás perdido en el paroxismo de tus arrepentimientos crónicos, exacerbados por la escasez de aire que corroe tus pensamientos – qué lástima. Lástima porque si pudieras percatarte la importancia del ahora y la proximidad del fin, seguro que lo harías distinto – pero ojalá. Ojalá llegaras a darte cuenta a tiempo de esta última ventana vista al mar – pero aún no es el momento – que en vez de mostrarse por lo que es, se hunde en lo que fue para exhumar el deseo del que será en una orgía confusa de destiempo y generaciones  – ya falta poco – y los dedos artríticos de Macarena entrelazándose en los tuyos – acércate que te pongo la crema, ahora no querido, ahora no, quédate tranquilo – y sus lágrimas presagiando el fin – fumamos entonces, ahora no, mi querido, ahora no – mientras Macarena sabia, tristemente consciente del ahora, adjunta otra almohada detrás de tu pescuezo – tranquilo, Cris, querido, aprovecha del buen panorama, mira el mar más allá de la ventana, una última vez.      


Nací en Nápoles, Italia (1993). Me gradué en la Università degli studi di Napoli “L’Orientale”, presentando una tesis sobre la relación entre realidad y ficción en la obra “Cien años de soledad”. Estudio un Máster de Literatura en la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Cuento con un libro publicado en Italia por la editorial Bookabook, cuyo título es Caffé Nudo. Desde hace un tiempo me deleito escribiendo en español. Mis cuentos fueron publicados por varias revistas de España y Latinoamérica.

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