Cuento | Ella nos ha abandonado, por Geovani Santillán

A Benito, mi gato, mi fiel acompañante.

Benito mira por la ventana a los pájaros revoloteando en el jardín de junto; el aire mueve sus bigotes y el suave pelo de su cara. Ese gato es listo y puede notar que algo anda mal, pero ¿será capaz de entenderlo?

La última vez que la vimos su cabello era brillante, sus ojos nos veían con alegría. Ahora ha desaparecido al final de la calle. Aún sigue en el aire su perfume fresco, aquel olor que enloqueció por primera vez a Benito.

Su partida ha desmantelado una parte considerable de esta casa. Las paredes de aquella recámara, donde muchas veces nos disfrutamos, han comenzado a descomponerse. Pronto serán cambiadas para que el resto de la casa pueda crecer, si es que eso aún es posible. Lo que queda de ella es su abrigo sobre mi silla, algunos libros y una grabación almacenada en mi memoria, porque una conversación de cien horas, dispersa entre varias semanas, no fue suficiente para hacerme entender que nuestras vidas estarían mejor separadas.

Cada que abro su mensaje, una alerta informa que mis emociones siguen activadas, ahora tal vez no vuelva a experimentar nuevas sensaciones, sino una copia en menor medida de todas las que sentí a su lado. No seré capaz de experimentar lo mismo con alguien diferente por qué se lo ha llevado todo. Me muevo por la casa, abro las ventanas con un pensamiento. Benito mueve las orejas, pide de comer; me siento en en el sofá. Benito brinca a mis piernas y me ve con esos ojos dorados.

Adopté a Benito antes de que ella llegara. Cuando se conocieron fue amor a primera vista. Ahora, más de un año después de ese día, siento que ha transcurrido una eternidad. ¿Pudo Benito anticipar su partida? Incluso antes de que yo notara los pequeños cambios en su rutina, la distribución sesgada de sus pasos sobre el piso, la probabilidad condicional de sus afectos, la desviación estándar de sus “te amo”. Las señales antes de que me dijera que no veía un futuro conmigo.

Los días pasan en casa., Benito crece y ahora se comporta diferente: ¿él sentirá mi dolor? ¿Sentirá que algo nos hace falta? Y, así como yo, él también llora tu recuerdo. Las puertas se abren con fuerza, pero nadie entra. Tal vez nunca fue buena idea jugar a que controlaba mis emociones de forma consiente, aunque ocultara mis miedos, aunque dijera “lo siento” y al final justificara mis tonterías con dos simples enfermedades.

Pero Benito no teme. Con los ojos cerrados, estira su cuerpo bajo un intenso rayo de sol, limpia su ser delicadamente, bosteza y vuelve a dormir. El contorno de su pelaje bicolor suave me relaja. Quisiera tener la serenidad que él tiene al momento de enfrentar sus miedos. He hecho todo mal, pero al menos él sigue bien. Un mensaje aparece de repente en mi teléfono. Mi cuerpo empieza a temblar, mi corazón late rápidamente, veo su foto. Sigue siendo tan hermosa. Sin notarlo, reproduzco el mensaje. Su rostro y torso aparecen nuevamente. Está aquí en la recámara. Puedo ver que está sentada en mi silla.

—No sé cómo empezar esto, no quiero que pienses que fui una ruin —dice—. Lo he pensado tanto tiempo y creo que llegó el momento de partir. Los tiempos van cambiando porque sí, no entiendo. Yo sé que pude haberte dado algo mejor. —Pasa una mano por mi rostro; de pronto, la siento fría, distante y la veo desaparecer su mano como un fantasma—. Desde aquel tropiezo, las cosas han sido confusas, más para mí que para ti. No quiero regresar al pasado; me mostré esta opción y elegí tomarla. Sabía que no sería lo mismo, que no sería la misma persona.

Desvió la mirada; contengo el llanto. Benito entra a la recámara, se talla en mis piernas y se sienta enfrente de mí, sus ojos grandes no pueden detenerme. De repente, salta a mi regazo y le sonrío con tristeza mientras lo acaricio. ¿Benito de verdad sabrá que estoy completamente destrozado? O solo será su naturaleza el estar aquí en este momento y hacer su labor de súper héroe, como aquellas tantas veces que recurrí a él. Se acuesta en la esquina de la cama: ha empezado su labor de guardia.

En la nota ella calla. Noto que Benito frota su cabeza contra el abrigo de ella. He olvidado alimentarlo. Le pongo croquetas; no muchas, no quiero que se pierda toda la tarde. Benito camina hacia su plato. El alimento y el agua no serán problema para él. La cuestión, a pesar de mis atenciones, será la soledad y su falta de entendimiento de la ausencia.

—Todo ha sido tan distinto… necesitábamos emoción y sin razón aparente la perdimos —continúa ella—. Ahora nuestras conversaciones parecen un intento de contacto entre diferentes especies.

Lo que sigue de la grabación lo he escuchado infinidad de veces.

—Cuida mucho a Benito, lo quiero demasiado, es un gran gato. Cuídalo mucho, no quisiera que le pasara algo y ahora tú te quedaras solo.

A mi mente se vienen esas escenas donde ella se levantaba de la silla para acariciarlo, para besarle en la frente. Se despide de mí con un corto y ambiguo “te quiero” que me recuerda a esa mujer que me acompañó los últimos días de mi borrosa existencia pasada.

Benito termina de comer y mira a su alrededor; nota mi presencia en una silla. Activo su ratón de juguete y lo hago dar vueltas por el comedor. Veo sus pupilas dilatadas a la espera del siguiente movimiento súbito. Parte de mi cerebro reside en recuerdos que nunca fueron y la otra parte está en el presente lamentando lo que hice mal. Sin embargo, sigo siendo humano. La extrañaré.

He desactivado mis emociones. Ahora solo como porque sí, solo duermo porque sí y vivo porque sí. Ignoro los días y lo que estoy sintiendo, solo abrazo a Benito con todo mi ser. Las paredes y ventanas crecen. Y, aunque una parte de mí se ha marchado para siempre, mi casa es más grande ahora de lo que era antes de conocerla.

Sé que estaremos bien, aun en su ausencia.


Geovani Santillán, psicólogo de profesión. Perseguidor de sueños y anhelos que jamás llegarán. Un abrazo hasta el cielo, amigo mío, siempre te querré, Benito.

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