Cuento | El encaje perfecto, por Giancomo Perna

Julián y Marie están hechos el uno para el otro. No caben dudas al respecto. Nunca antes las conjunciones cósmicas se han barajado de forma tan inexplicable para crear dos personas que encajen así perfectamente, magnificando el significado mismo de la palabra amor. Con Julián y Marie, el universo o la casualidad o el destino, cualquier caótica entidad que se ocupe y preocupe de definir la perfección, pues de verdad que se ha pasado. Porque Julián y Marie son la perfección. Representan el más esmerado ejemplo de complementación mutua, un conjunto de seres que son dos piezas sueltas para completar el puzle del mundo, para alcanzar la clave del desciframiento final y total de la concepción de amarse y honrarse y salud y enfermedad y el consueto y nimio blablableo matrimonial que precede el sellar de un para siempre juntos. Un para siempre que muy a menudo asusta a los comprometidos, pues la duración es un poco excesiva, pero no sería el caso para Julián y Marie. Es increíble como la entereza de sus seres, todo lo que concierne sus personalidades, sus caracteres, sus costumbres, sus intereses, sus concepción de la vida, todo haya sido moldeado y labrado para que sus ánimas se vuelvan dos rimas perfectas en un vallenato que no necesita notas. Julián y Marie son el rarísimo (o único) ejemplo de dos seres que solo pueden alcanzar la totalidad de sus potenciales al estar juntos. El vínculo que ata sus almas desbarata todas las leyes y dogmas de la ciencias conocidas y hasta de aquellas desconocidas o inventadas. Y hasta las leyes definidas por la ficción romántica. Sus diferencias y sus parecidos se conjugan magníficamente hasta definir la existencia de un único ser completo, una quimera hecha realidad por su perfecto encaje.

Para empezar, ya tienen algún parecido en sus raíces, pese a sus proveniencias distintas. Marie nació ahí donde comienza la selva alta, en una mansión familiar enteramente de madera cuyo techo inclinado remanda a la memoria de los Alpes nevados, aunque el calor y la lluvia, hoy en día, han derretido hasta el último recuerdo de los copos de nieve. Su cabellera rubia no condice con la temperatura ni con la geografía oxapampina, aunque sus ancestros se han comprometido a modelar el paisaje y hasta las costumbres autóctonas, confundiendo la herencia local, convenciendo aquellas tierras fértiles de que no haya nada más típico que la cerveza artesanal y las escalopas vieneses. Y lo han logrado sin mucho esfuerzo, pues resulta que la tierra no tiene memoria sino la que le otorga el despotismo de la historiografía. Sin embargo, tuvieron que encontrar algunos compromisos. Por ejemplo, su apellido, igual que muchos más, hacia una dos generaciones impronunciable, tuvo que aclimatarse al calor de la región, endulzando sus consonantes para mitigar su asperidad. Asuntos bastantes triviales, de todas formas. Pese a la lejanía de la tierra de sus ancestros, Marie fue criada ordeñando vacas a son de polca, aprendiendo con maestría de ambos mundos, el que se le deparaba y el que se proyectaba desde los recuerdos traspasados, empadronándose de la lengua local y de los escombros de una lengua estancada en un limbo sin evolución. Desde muy joven, igual que su tatarabuelo, demostró una diestra e innatural perspicacia para las ciencias ciertas.    

Por su parte, Julián empezó a chillar y llorar en una casita de madera algo humilde y acogedora, aunque desgastada por las tempestades bíblicas que afligen la costa caribeña. En un principio, su fisionomía tampoco condecía con el clima ni los colores locales, aunque con el aumento del mestizaje sus rastros se volvieron algo común en aquel lugar bendecido por la misericordia del mar caníbal. Hijo de las ganas de huirse y de una hermosa india bribri, Julián heredó su cabellera rizada y su tez mestiza de su madre, pero sus iris azules y su pelo de querubín no podían sino ser de su padre. Fue el fruto de un amor algo instintivo, dictado por la magia del mar y el apremio de los atardeceres, siendo el Caribe el compositor de su melodía. Debido al repudio reservado a sus padres, Julián no pudo familiarizarse con la memoria de sus antepasados. Aun así, la sangre sabe cómo preservar los recuerdos, y sus venas fomentaron los impulsos que lo criaron. Tal vez sea por esto que Julián, desde la infancia, demostró una esmerada propensión en descifrar la tierra y los seres, plasmando sus esencias en la plasticidad de la arcilla, dando vida a figuras que remandaban al sufrimiento de dos continentes entrelazados en su espíritu. O tal vez puede que haya sido la mera casualidad, pues todavía nadie ha llegado a comprender de donde brota el arte.

Ambos dejaron sus hogares, por motivos similares. Marie, siguiendo su familia, abandonó Oxapampa para instalarse en Europa. No fue fácil decirle auf Wiedersehen a la vida campesina, pero la excitación de descubrir el viejo continente y la promesa de unos estudios en medicina, pues las maletas se alistaron solas. Julián se mudó primero a la capital, pues Puerto Viejo de Talamanca resultaba demasiado pequeño para contener la magnitud de su arte. Ahí, el conocimiento, aunque limitado, del alemán le valió una beca para Europa, y el sueño de unas galerías de arte exponiendo sus obras. De una forma algo marginal, sus vidas iban teniendo rumbos parecidos.

Pero sus origines, probablemente, solo son una mera coincidencia. Nada que pueda definir las pautas del verdadero e inalcanzable amor puro. Al fin y al cabo, son muchas las almas que cuentan con parecidos de este tipo. Pero Julián y Marie son distintos. La perfecta alquimia de sus almas no ha de buscarse en sus herencias, sino en sus esencias, y hasta en las pequeñeces que regulan sus vidas cotidianas. Por ejemplo, a Julián le gusta ducharse por la mañana temprano, pues la frescura del agua en la madrugada lo ayuda a empezar el día, mientras que a Marie, en cambio, le encanta tomar su ducha antes de ir a acostarse, nada como hundirse en las sábanas empujada por el candor de las cremas y los óleos. A Julián, solo le da por cagar por la mañana, mientras que a Marie por el mediodía después del almuerzo – excepto algún malestar estomacal pasajero, obviamente, esto vale para los dos. Sus preferencias y necesidades a la hora de utilizar el baño descartan cualquier tipo de pelea, de concha-tu-madre-apúrate o toc toc compulsivo a la puerta cerrada, agarrándose la barriga y aguantando los esfínteres entre injurias y quejas. Igual que estas, hay otras miles de estupideces que dictan el discurrir de sus días, y todas encajan a la perfección. Tipo, a Julián le gusta dormir a la derecha de la cama, a Marie a la izquierda. Ambos aprecian unas cuantas páginas de un buen libro antes de acostarse y una lucecita al lado de la cama para no molestar. Ambos piensan que el desayuno es muy importante, pero a Julián le da pereza comer solo por la mañana, lástima porque las exquisiteces que prepararía, y Marie nunca encuentra el tiempo necesario, sino que un café rápido – ambos lo toman sin azúcar, con una gota de leche nomás – al bar de la esquina y ya. A Julián le encanta limpiar la cocina y la sala, un poquito de música en los audífonos y a fregar estos platos, pero su cuarto siempre se parece a Bagdad después de los bombardeos. Marie detesta limpiar la cocina, pues los restos de comida le causan arcadas, pero su cuarto es sagrado, y siempre ahí a reponer la ropa y a tender bien bonito la cama. Julián está acostumbrado a cocinar los platos de su tierra, pese a la dificultad para encontrar algunos ingredientes, y uno que otro que sale ridículamente caro, pues el precio del aguacate por ejemplo, pero la comida europea, esta sí que le encanta, lástima que sus intentos de pastas siempre queden en un espacio no bien definido alrededor de lo al dente, pero muy lejos de la maestría culinaria. Marie solo cocina pastas y platos típicos de ahí y de allá en Europa, puesto que se ha acostumbrado rápidamente a la comida local, pero cuánto extraña estos patacones, y las frutas y las verduras de ahí, qué daría para un buen plato de arroz con habichuelas, ni se diga. Ambos odian comer solos, aunque a veces la necesidad y la prisa no les deje otra. Marie es una amante del cinema, y qué placer hundirse en el canapé, estirar las piernas y una buena película, lástima que le cueste tanto elegir, al final siempre se queda dormida después de una hora de buceo entre los miles de títulos contemplados, y una película mediocre dejada ahí para acunar sus sueños. En cambio, Julián es un mandón del mando, menuda redundancia, y considera que para elegir una película no tienen que pasar más de ciento y treinta segundos, pues de otra forma la atención disminuye críticamente. Una vez agarrado el control remoto, no lo deja hasta darle play a la peli y luego ya, se acabó la búsqueda, a disfrutar del filme. Ah, y ni se ose intentar una película doblada, la furia que se desataría, pues ambos son unos puristas en cuestiones de lengua original. Y esto que aquí solo hay algunos ejemplos que se refieren a la vida doméstica. Hay mucho más.

Pese a su compromiso con las ciencias ciertas, pues desde hace años ya que Marie es una reconocida neurocirujana en el Marien Hospital de Dusseldorf – que algo de sonrisita le causó cuando le dieron su práctica ahí –, Marie adora el arte, siendo las artes plásticas sus favoritas. Julián, por su parte, se está acercando a las ciencias, pues confía en que el desciframiento de los secretos de la mente humana, adjuntado a su conocimiento sobre el espíritu, podría llevar su arte a un nivel superior. Además, suelen pasar sus tiempos libres de maneras muy parecidas. Ambos aman ir a playa, pese a que ahora mismo se encuentren muy lejos del mar, hacer deporte y no desdeñan una que otra salida con sus amigos, un buen restaurante y una buena borrachera en los fines de semanas – los dos prefieren abusar de cuba libre que tomar cervezas, pues resulta que se sienten muy hinchados después de unas cuantas chelas. Además, aunque no fumen, después del tercer cocktail ambos no saben decirle que no a un buen cigarrillo industrial – si existiera una escala para medir el dolor de garganta que sufren al día siguiente, fijo resultaría ser de la mismísima intensidad, y las quejas del día siguiente. Y qué más, porque la perfección de su encaje abarca todos los niveles de la existencia. Hasta sus melancolías son las mismas. En las noches de verano, ambos vuelven a sentir la atmósfera de sus hogares lejanos, imaginándose la humedad (Marie de la selva y Julián del Caribe) abrazar sus cuerpos, murmurándole a una luna de distinta cara, el lazo que los liga a sus tierras sigue firme pese al destierro voluntario.

Ambos conciben el amor fuera de los esquemas románticos populares, considerándolo un sentimiento sobresaliente, pero dictado por la necesidad humana de contrastar la soledad cósmica a la que está destinado el ser. Para ellos, el amor significa soportar los defectos ajenos, aceptando las pequeñas diatribas y los fútiles escarnios de la vida en pareja para exaltar la magnificencia de la vida compartida. Ambos quieren hijos, y sueñan con un hogar tranquilo y vacaciones de verano en sus respectivas tierras. Ni se hable de las cuestiones íntimas, pues a la hora de desenfrenar sus picardías, ambos tienen gustos que encajan muy bien debajo de las sábanas. Durante las cenas con amigos, muy frecuentes porque qué aburrido quedarse en casa, siempre destacan por su retórica y sus discursos brillantes. En efecto, son todo menos aburridos a la hora de disfrutar de un convite, y siempre sacan temas muy interesantes, que abarcan distintos ámbitos de la sociedad, proporcionando lúcidos y atentos análisis que reflejan su visión del conjunto social – es para aplaudirles. Asimismo, los dos están muy comprometidos con los problemas que afligen el mundo. Sus correspectivos deseos de crear un mundo mejor se convirtieron en horas de voluntariado y luchas sociales. De hecho, Marie trabaja con los abyectos y los adictos, ocupándose de recaudar fondos para su recuperación, y Julián organiza talleres para los niños de los barrios más marginales, para que abandonen la calle y se acerquen al arte. Sus ideologías humanitarias combinan a la perfección. Y bueno, no es que a cada encuentro se la pasen jodiendo a los comensales con sus temas sociales, también saben disfrutar de la charla desinteresada, y una pizca de chismografía para reírse de los demás. Sus gustos combinan hasta en lo que concierne la moda. Sus predilección por un estilo minimalista y poco extravagante les otorga un aire salubre y elegante. El negro es sus color preferido, hasta en esto están de acuerdo, igual que en todo el resto.         

Lástima que no se conozcan, porque menuda pareja que harían.

De hecho, pese a la afinidad de sus almas, la casualidad nunca ha jugado a su favor, haciendo que uno desconozca la existencia del otro. Y sus ignorancia persiste pese a que sus caminos se hayan cruzado – la infamia del destino. Marie estaba de visita en París, para un congreso sobre las nuevas tecnologías de la neurocirugía. Julián también estaba ahí, exponiendo sus obras para una galería algo importante. Durante un rato libre, Marie se tomó una media hora para ella misma. Se dirigió al Polidor, donde pidió un café (rigurosamente sin azúcar, y con una gota de leche nomás) y se deleitó leyendo unas páginas de El amor en los tiempos del cólera – uno de los libros favoritos de Julián. Cuando el reloj sentenció su retorno al congreso, Julián se disponía a entrar en el mismísimo bar, que desde que había visto un filme de Woody Allen – uno de los favoritos de Marie – quería visitarlo. Justo cuando Marie abrió la puerta del bar, un viento inesperado (casi algo innatural) se levantó con furia, soplándole justo encima a Julián. Él no pudo nada contra semejante imprevisto sino observar el dossier con las fotos de sus esculturas dar vueltas en el aire hasta estrellarse gentilmente al suelo, de una forma que solo les condice a los papeles y a las hojas muertas, y se arrodilló para recolectar las imágenes al lado de la entrada. Marie se fue del bar sin mirarse a los lados, dejando que la puerta se cerrara por sí misma, y volvió a sus quehaceres. Ni se dio cuenta de alguna presencia justo ahí al lado. Julián recolectó sus fotos mientras la sombra de Marie se alejaba de su sol, y, una vez entrado en el bar, pidió un café sin azúcar, con una gota de leche, en su francés algo tambaleante. Aquel día, pese a la cercanía y a la posibilidad, desapercibieron sus respectivas existencias.

Algunos meses después, Julián fue hospitalizado en Dusseldorf. Su exposición lo había llevado hasta ahí, y un accidente de moto hasta el Marien Hospital. En un principio, alertaron Marie, que se encontraba de guardia aquella noche, pero después de los exámenes rituales, a falta de traumas en el cerebro, le dijeron que su presencia no era necesaria. Cuando fue dado de alta, Julián se fue a Barcelona, siguiendo el rumbo de su exposición, luego Lisboa, Bilbao y Bruselas, hasta instalarse en Brujas, pues encontró que la ciudad era muy inspiradora, pese a la escasez de diversión. Marie siguió en Dusseldorf, donde se casó y tuvo dos hijos. Actualmente mantiene una relación secreta con su vecino, del que se aburre bastante, pero por lo menos la distrae de la monotonía de su matrimonio. Julián se casó tres veces, y tuvo un hijo por cada esposa. Sigue con la última, aunque su matrimonio, igual que los anteriores, no sea nada como lo había esperado. De hecho, siente todo el peso de la soledad cósmica machacándole la espalda jorobada – sensación a la que Marie se ha familiarizado. Además, estos pequeños escarnios domésticos los están volviendo locos – Julián hasta detesta la manera de sacudirse los mocos de su esposa; Marie quisiera pegarle un puñetazo a su esposo cada vez que hace aquel sonido de sapo tan raro cuando toma algo, y bufidos cargados de rabia y ya no aguanto más estrellándose entre las paredes del baño cada vez que toman una ducha (Marie por la noche, Julián por la mañana). Ambos siguen creyendo firmemente en su idea de amor idílico, pero, hasta que (nunca) lo encuentren, se rindieron a la banalidad de sus correspectivas relaciones.

Lástima que sus caminos nunca más volverán a cruzarse, porque qué pareja perfecta que harían.


Nací en Nápoles, Italia (1993). Me gradué en la Università degli studi di Napoli “L’Orientale”, presentando una tesis sobre la relación entre realidad y ficción en la obra “Cien años de soledad”. Estudio un Máster de Literatura en la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Cuento con un libro publicado en Italia por la editorial Bookabook, cuyo título es Caffé Nudo. Desde hace un tiempo me deleito escribiendo en español. Mis cuentos fueron publicados por varias revistas de España y Latinoamérica.

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