Vos me pariste puta, pendeja y pobre, pero no traidora, va, y por más ganas que tenga de dejar al cabrón para irme a la mierda con mis bichos, no lo voy a hacer. Es la vida que me ha tocado y le voy a hacer huevos. Así como eramos nosotras, va, que nos tocó dormir hasta debajo de la cama de aquel puterio en que te ganabas las tortillas. Soy de plan y ladera.
¿Te acordás que me metiste en el seso que podía salir de la mierda en la que nos revolcábamos como cuches? Que el estudio, que la escuela, que no me acercara a los muchachos, que no saliera a la calle, que regresara corriendo al mesón, que no platicara con nadie. Usted me jodia con todo eso, pero nel, solo jugó con mi mente. De esto no sale una ni muriéndose.
Le paso, viejita, que me haya metido esperanzas antes, pero ahora no hay poder que le gane a la bestia. Yo no tengo ni fe de que mis cipotes rompan esta cadena. A los dos varoncitos les queda seguir a tata, tal vez lleguen donde él no pudo o puede que me los maten antes. No crea, me duele aquí, en el mero pecho, pensarlo, pero uno tiene que tirar líneas siempre, va. Somos de la Santa Muerte y ella siempre se lleva lo suyo.
Antes de que las ranas o los azules se los palmen, van a tener que tentar alguna vieja, aunque sea de esas que ni la regla les ha bajado, sin pelos en el mico, va, así como el Cusuco me agarro, me entendés. Ningún cabroncito se puede ir sin ser hombre, es lo único que se llevan, pero ojalá que estos bichos sean más gente y menos animales que su tata. Neta que eso quisiera.
Es que bien clarito me acuerdo cuando llegó a llevarme el maje, con el Pajilla y el Purolove, al cuartito que alquilabamos en el mesón. Más clarito tengo en el seso cómo me dijiste que me fuera con él, que si no nos iban a matar a todas ahí mismo. ¿Vos te acordás cómo me quebró la trompa con el culo del cuete cuando le dije que no quería ser su mujer y cómo después me arrancó el bluejeans y …? Qué ondas ahí, ¿se acuerda?
Neles, va. Si estabas muerta del susto por mis hermanitas, había que salvar a las princesitas del ogro malo y darle su premio para que no jodiera más, te faltaron huevos, mi ruquita. ¡Qué bonitas nos íbamos a ver abrazadas todas en un charco rojo!, nos hubieran enterrado en el mismo hoyo, mientras nos cantaban aquellas rancheras de chupadero que tanto te gustaban.
***
Los gritos se agolparon en su cabeza. El sueño la abandonó y pasó buena parte de la madrugada tratando de recordar si los lamentos estaban en el sueño o se colaron desde afuera. No lo supo con certeza, pero intuyó que tenían algo que ver con su marido. Estaba por cumplirse el tercer día de su partida, el momento del retorno se acercaba.
No era la primera vez que el Cusuco se embarcaba en una misión para golpear a sus enemigos, para dar una pegada. Ella creía con fervor que la guerra, esta guerra, solo necesitaba hombres de dos categorías: valientes y pendejos, y su marido entraba en ambas.
— Podrá ser medio sonso para manejar las bolas o mandar a los postes, pero se agarra bien los huevos cuando hay que quebrarse a cualquier hijueputa, va.— bromeó alguna vez estando a solas con otras mujeres del barrio—El pedo es que así de rápido como le jala al mortero acaba adentro y con el pulso que pega tiros, pega hijos, pero ese es otro pisto.— Después entendió de mala manera que no debía confiar en ellas.
Le pidió a su hombre que volviera entero, que se cuidara las espaldas, que se asegurara de dejar atrás solo el plomo y que no confiara ni en el fuego amigo.
— En el meeting todos son tus perritos, va, pero allá afuera solo el Cristo, su madrecita santa y la Bestia te cuidan el culo, me entendés— susurró al oído del Cusuco antes de despedirlo.
Las advertencias no eran en vano, la estructura estaba en un momento en el que cualquier movimiento o la muerte correcta lo pondría por fin en el liderato, lo haría el hombre que lleva la palabra. La mujer pensaba que se lo merecía, que era mejor que el resto, que sus cicatrices eran las únicas credenciales que valían.
— Estos monos cerotes ni callo les ha hecho el gatillo en el dedo y ya se creen la verga del diablo en salsa, buxo ahí, va, que estos quieren trepar más rápido que un chancro de puta— le dijo al Cusuco. Después lo dejó ir.
***
Lo que sí me cuesta tragarme y ya dejando el reclamo, mamita, es saber que a las niñas les espera la misma vida mierda que yo he vivido. ¡Porlagranputa!, ojala que sean feas las morras cuando crezcan para que estos perros no se fijen en ellas, man. Vos sabés que solo somos carne y sirvientas, nanas y mulas de sus mierdas o, como vos decias, dos hoyos para meterla y dos manos para atenderlos.
Aunque a mí no me cantó putas del todo con el Cusuco. Cuando me levantó del cuarto, yo iba con el mico sangrando y con un gran miedo cabrón. Ya estaba resignada a morirme a balazos, va, o por la gran cogida que me iban a dar todos los bichos. Más panicón me entró cuando vi todo lo que le hicieron a la Flor, ese mismo día el Purolove la sacó de su casa y no le anduvo con mierdas.
Nos llevaron a la destroyer que tenía salida al barranco, nos metieron a un cuarto que apestaba a miados y a mierda, una chuquilla a muerto se sentía en el aire y se pegaba en el pellejo.
Yo no sé cómo es que no le sacaron las tripas a la pobre bicha de tanta metedera de mona que le tocó. La amarraron a un balcón, los tres platos le tocaron y casi que con cada puyón le daban un vergazo. Lo triste fue cuando usaron las botellas y palos. Antes de que terminaran ya estaba medio muerta, ya solo era un trapeador la pobre lor.
Ni la remató el maje. El Purolove no espero que se terminara de morir para hacerla pedazos con una pulidora, guardó las chiches en un tarro con alcohol, un cebo bien feo se veía flotar en guaro, y al tata le mandó los ojos, quien sabe para qué putas. El resto del cuerpo se lo llevaron envuelto en sábanas, creo que a tirarlo al pozo aquel que un viejo loco de la Fiscalía escarbó después.
Quien la cagó ahí fue el ruco de la Flor, va. El viejo pendejo amenazó al Purolove con llamar a la jura si seguía buscando a la cipota. La bicha quería con el maje, pero con el salveque del tata se le metió el diablo, vos me entendés.
Después era mi turno, pero el Cusuco me preguntó si prefería ser su mujer o acabar como la Flor. Claro me dejó que de un plomazo me iba a despachar y que en la noche iban andar mis pedazos en la trompa de los perros hambriados de allá por el rastro. No fui pendeja y aquí sigo.
Sabés, viejita, he terminado queriendo al hijueputa. Bueno, querer es mucho decir, pero le soy leal, por mis hijos o eso me digo para no sentirme tan mierda, va.
***
La mujer llevaba dos días encerrada en una cueva cavada en el paredón de un barranco, tenía apenas un par de tubos plásticos que llevaban ventilación del exterior, barriles con agua, un foco, un ventilador y una letrina improvisada.
Las medidas de seguridad para cada una de las familias de los hombres que salieron fueron las mismas: un par de horas después de la partida se refugiaron en las casas de seguridad o en las cuevas. Debían llevar la comida necesaria para permanecer al menos una semana encerrados, sin televisión, radio, teléfono, ni luz por las noches.
Nadie podía salir y los niños debían ser medicados para tenerlos bajo control. Cuando los hombres regresaran, serían movidos a otra localidad bajo dominio de sus iguales para borrarlos del mapa por un tiempo, hasta que la Policía se aburriera de buscarlos o hasta que algo peor pasara.
Habían aprendido que la familia era un punto débil que las autoridades trataban de aprovechar. Si los hombres no eran vistos en días, comenzarían a sospechar, a preguntar, a catear casas y casi siempre salía un criteriado o una peseta de esas redadas.
A varios kilómetros de distancia de la mujer, el Cusuco comandaba a nueve bichos, era el más viejo, el que más muertos cargaba y al que su breve pasado guerrillero le permitía saber cómo manejar a los hombres en el terreno.
***
Mamá, ¿se puede querer a hombres como este? A mí no se me olvida que me violó, que me ha dado verga cuando le ha roncado el culo, que hasta me ha ofrecido a sus homeboys cuando chupan en la casa. Sé que el cabrón es capaz de matarme en cualquier rato de cólera, aunque cuta no soy y también estoy dispuesta a trabonearlo si me toca a los niños.
A veces me da cosa, así de sentirme agüevada, como triste porque no encuentro un rato de alivian entre tanta mierda. No sé ni cómo me trabó los cuatro bichitos el vato, me descuide, y no tuve más porque me mandé a sellar la fábrica en la última parida, pero shhhhh, que si el maje se entera, me mata. El piensa que diosito ya no quiere darnos más hijos. Pero sabe, de ellos es de lo único que no me arrepiento.
La vez pasada la niña mayor llevaba escrito un poema en su cuaderno. El profesor les dejó de tarea que se lo leyeran a sus tatas. Ella ya puede leer, no como nosotras que ni la ‘a’ sabemos.
Su vocecita me suena en la cabeza y me acuerdo que decía: “Porque no hay héroes posibles / cuando la tempestad ocurre / en un oscuro mar de mierda”. Con todo y lo pendeja que soy, creo que entendí lo que quería decir.
Lástima que al profe ese le quebraron el culo despuesito, los morros contaron que andaba hablando mal de los bichos y le dieron luz verde. En la tele salió que nueve tiros le dieron, el Cusuco me dijo que fueron 10, va, que los contó bien y que él le dio el último en la nuca. El Mongo lo mandó.
Le voy a decir que a huevo he aprendido a tenerle cariño, aunque suene bien pendeja. Es lo único que me queda por hacer, es eso o morirme y que mis hijos queden en sus manos. Creo que una como vieja quiere con la cabeza y no con los huevos, como los hombres. Y para llevarla al suave me imagino que soy como una actriz de novela, es mi trabajo y me pagan con más días de vida junto a los niños. Creo que me parezco a la Marimar.
***
Los niños y la mujer eran devorados por los mosquitos que se habían colado en el escondite. Cuando el silencio y la abstinencia del cigarro acababan con la paciencia de ella, las ramas y láminas que cubrían la entrada fueron movidas. Antes de que alcanzara a tomar el machete que tenía a su lado, escuchó el santo y seña con el que se tenía que identificar su marido, el sosiego se le instaló en el pecho.
Lo palpó en la oscuridad, reconoció el agrio olor de su piel, las marcas de guerra en su rostro. Se desnudaron y se revolcaron en el piso. Los niños seguían durmiendo, la escopeta y la pistola Smith & Wesson de 9 milímetros el Cusuco reposaban también junto a ellos.
Los nueve bichos que el Cusuco comandó también estaban ya escondidos. En su camino de retorno habían dejado varios cuerpos regados. En unas horas, el país se sacudirá con la noticia de los muertos, unos jornaleros que encontraron en territorio enemigo. Mientras la mujer le mamaba la verga al hombre antes de dormir, pensó que sus hijos merecían otra vida, se convenció de ello. Terminó y buscó bajo la colcha la foto de su madre muerta, le siguió susurrando.

Hugo G. Sánchez San Salvador, 1986. Periodista de agencias internacionales. Coautor en la antología de relato breve El territorio del ciprés (Índole Editores, 2018) y en los libros de relatos del colectivo literario La Mosca Azul (LMA) de La soledad de los errantes (2019) y A la buena de Dios (2021).
