Cuento | Uno u otro, nunca ambos, por Iván Medina Castro

Both parties play both
the active and the passive sexual role-either
 simultaneous-ly or through time.

Unni Wikan

No tendría sexo con un hombre, pero… quizá… si aquel se volviera ella. Tal y como versa la canción: “Shaved her legs and he was a she”. Lo/la podría hacer gemir, el individuo uno comentó.

En definitiva, una persona de sexo ambiguo no tiene razón de permanecer en esta sociedad, alegó el individuo dos.

Bueno, bueno. Desistamos en la búsqueda de placeres quiméricos. Tengo un evento por asistir con una verdadera mujer: Viagra por la noche y una gragea anticonceptiva al amanecer, agregó sin más el individuo uno.

El individuo dos, con incisiva provocación, alzó los brazos por lo alto, similar al mismísimo Lou Reed durante alguna presentación, y gritó desde lo lejos: “Hey sugar, take a walk on the wild side”.

Vete mucho a la mierda, desviado. Respondió el individuo uno a pulmón abierto, aunque se apenó, pues sintió cierta incomodidad por parte de los transeúntes.

El individuo uno llegó tarde a la ópera y, aunque tenía un lugar reservado, no pudo sentarse junto a su prometida. El aforo estaba a reventar. En respuesta a su reclamo, le asignaron un asiento mero en frente del foso de los músicos, según reservado a políticos e intelectuales. Trató de visualizar a su prometida, no obstante, fue imposible. La tercera llamada concluía. Proyectaron las luces al escenario y la claridad inválida que a veces oscilaba, alumbró a aquel personaje producto de la fantasía, Madame Butterfly, a quién el individuo uno se quedó mirándola sumergido por una punzante iluminación imposible de escapar, de una manera tan atrevida y en veces concupiscente.

No es relevante explicar cómo el individuo uno la conoció. Lo importante está en decir que ese hombre, Madame Butterfly, resultó tan femenina como lo es el púrpura a la lavanda.

La única oportunidad que el individuo uno tuvo de estar con él/ella, resultó serlo en un camerino, después de una función. Sentado encima de un taburete, él sacó un libro de cuentos del zurrón, y leía uno de ellos sobre bosques poblados de hermafroditas. Mientras así lo hacía, de reojo vio el rostro pleno, sin polvo, coloretes, pintura de labios, pestañas postizas del artista. Parecía repujado a cincel y martillo. Suspendió la lectura, y sin bajar los párpados, continuó observando. Al cruzarse sus miradas, la de él/ella enviaba una luz tan insinuante y a la vez ardiente que le provocó un desmadejamiento. Acto seguido, él, ofuscado, se puso de pie con un movimiento brusco, para tumbarlo/a boca abajo sobre el tapete persa. Lo acontecido después fue repentino, pero sin rudeza. Ella/él se dejó llevar con una sonrisa serena. Él se sintió bien con él/ella. Nunca se preguntaron los nombres, para él, era Madame Butterfly. No se dijeron palabras por decirlas, de aquellas triviales que agravian el silencio. Y hablaron y hablaron. Libres de urgencias, de propósitos.

Al día siguiente, él regresó de un viaje astral. Entre la extrañeza y el asombro se afianzó en la idea de que Madame Butterfly había sido una aparición. Miró a su alrededor y sin emitir ningún ruido, se vistió. A pasos de cruzar el umbral. Una voz desmañanada desde un biombo exclamó: “no te vayas”. Él, de espaldas y sin soltar la mano del picaporte, respondió: “No puedo quedarme”.

En realidad, no importa, uno es humano y se equivoca, dijo Madame Butterfly.

Sabes, todos miramos con atención para ver muestras de aprobación, reconocimiento o amor en las miradas de los demás, y no creo que este error sea aceptado por nadie. Él/ella lo seguía escuchando muy atento/a. Por otro lado, está mi prometida, y …

Basta, interrumpió Madame Butterfly. No expliques. –Él/ella reía sin que se le desfigurara su rostro, a pesar de las heridas que se habrían en su corazón-. Otra vez volvió a sentir el miedo del comienzo. No obstante, se supo fuerte, ahogó su ingravidez y continuó.

Deja ya de darte latigazos, el flagelo acaba a cualquiera. No te sientas obligado a nada, tú y yo estamos aquí por voluntad. La carne no ata sino celebra y yo la uso sin desperdicio.

El individuo uno no pudo reprimir su culpa y llamó al artista desviado.

Madame Butterfly, de un furibundo golpe arrojó el biombo y con voz profunda, semejante a la de un coloso recalcó: “Desde siempre hemos sido percibidos igual a entes de purgatorio, leprosos en el corazón de la metrópoli donde sólo los residuos de la sociedad aceptarían vivir. Sí, soy un desviado, pero tú, ¿tú qué eres?

El individuo uno pasó a un bar a tomar un licor, y al segundo trago, el olor que desprendió la bebida le hizo pensar en lo indómito del destino. Pasó la tercera copa y concluyó que ciertos actos de la vida van ocurriendo a su albedrío, a su extravagancia insensible. Por último, se cuestionó: “¿Quizá sea un monstruo de la naturaleza?” Sin dar tiempo a la reflexión, se justificó: “Lo único que hice fue dar salida a mi sensualidad”. Terminó su cuarto cognac, salió del bar y abandonó la ciudad de la lujuria, para pronto mezclarse de nuevo entre el tumulto de heterosexuales, consiente que la hipocresía es mayor cuanto más numerosa es la gente entre la que nos mezclamos. Se apresuró, su prometida lo estaría esperando.


Iván Medina Castro nació en la Ciudad de México. Es licenciado en Relaciones Internacionales, especialista en Literatura Mexicana y una maestría en Estudios Literarios. Tiene cuatro libros publicados: En cualquier lugar fuera de este mundo (CONACULTA, 2012), Más frío que la muerte (UAM, 2017), Lugares ajenos (BUAP, 2020) y Caminos irreverentes (UCOL, 2023). Fue becario del Programa de Residencias Artísticas FONCA-CONACYT. Actualmente estudia el Doctorado en Arte y Cultura en la Universidad de Guanajuato.

Dejar un comentario