Entramos en Monteavilé, la última ciudad rebelde, después de la medianoche. El fuego que dejamos atrás aún nos hacía cosquillas en la espalda y éramos prisioneros de la sed y del insomnio. Con los dientes apretados y los fusiles listos recorrimos callejuelas sigilosas y húmedas, pero la ciudad parecía despoblada. La luna tomó su lugar…
